Cristina Almeida, estudiante de la Unidad Educativa Santa Maria y Joven Corresponsal de IBEC reporta acerca de la posición de la juventud frente a la educación.
Nuestro deber como jóvenes es presentar una actitud positiva de transformación, basada en nuestro comportamiento frente a la nueva educación, donde nosotros seamos parte fundamental de toda sociedad.
Durante la primera década del presente siglo, no hay duda de que mientras unos pueblos avanzan como prototipo de bonanza económica, gracias a su desarrollo industrial y tecnológico, especialmente; otros, como los nuestros, parecen haberse quedado anclados y de espaldas a los siglos.
Estas diferencias substanciales, indudablemente tienen una explicación histórica porque están inscritas en las prácticas colonialistas y neocolonialistas. No obstante resulta injustificable e irrelevante seguir satirizando el injusto y despiadado saqueo de nuestros recursos, sin que adoptemos una posición de autoestima, de orgullo y dignidad para encaminarnos con el mismo ritmo de procesos históricos.
Preguntémonos que sería Japón, China, Corea si se hubieran dedicado a cuestionar, décadas tras décadas las escuelas del intervencionismo. ¿A caso no resulta más digno que estos pueblos hayan echo de la adversidad su fuente de inspiración para abrirse un significativo espacio en el concierto de naciones?
Otras de las explicaciones que han logrado determinar es que en los países subdesarrollados han enfatizado especialmente en su cantidad; mientras que los desarrollados movieron los estamentos para darle calidad
Por las circunstancias que nos da el nuevo enfoque de la Ley de Educación, no propugna darnos alineamientos fundamentales para que de una vez por todas, podamos enrumbar la proa hacia tierra firme es decir, que la trilogía maestros, alumnos y padres de familia, asuman el rol que les corresponde. De ahí que el papel que a los jóvenes de nuestro país nos corresponda adoptar, bajo la mirada conductora de docentes y padres de familia. Saber diferenciar armoniosamente entre cantidad y calidad; entre apariencia y esencia; entre lo material y lo espiritual… en fin, estos y tantos otros conceptos, con sus antónimos, son los que dan significado a la existencia misma.
Nos corresponde a los estudiantes entonces, empezar informándonos de todo lo que la nueva propuesta educativa nos otorga como derecho, para conseguir una formación acorde con las exigencias contemporáneas del campo ocupacional y de la sociedad misma. Esto significa que en las aulas tenemos la obligación de ser protagonistas antes que meros espectadores, participativos, críticos, autocríticos, investigadores, democráticos, solidarios, positivos, autónomos, porque son los recursos fundamentales para lograr una personalidad definida.
Es tarea impostergable conocer del Ecuador su historia, su cultura, sus recursos, su entorno, sus tradiciones para tener clara conciencia de nuestra identidad, enorgullecernos de ella y empezar por amar nuestro terruño. Pues quien desprecia su identidad, desprecia también su apellido, sus ancestros.
El compromiso de los jóvenes no debería relegarse a un futuro ambiguo; por el contrario nuestra participación es necesaria de inmediato. Preparémonos responsablemente con miras a la excelencia profesional, rescatemos nuestros actos el espacio de respeto que nos merecemos de la sociedad y hagamos de nuestro presente la mejor garantía para edificar la patria del mañana.