Nuestra Joven Corresponsal de IBEC, Viviana Estrada, estudiante de la Unidad Educativa María Auxiliadora de Guayaquil, nos trae un interesante artículo acerca de una experiencia de vida.
Un retiro espiritual, es la oportunidad para profundizar en un ambiente de tranquilidad y oración, las respuestas a la llamada personal que Dios nos hace, y proponernos acciones concretas que nos ayuden a cumplir dicho propósito.
La Unidad Educativa María Auxiliadora, cada año a las alumnas que cursan el último ciclo de estudio, es decir de tercero bachillerato, preparan para ellas un retiro de 4 días, en donde con ayuda de personas capacitadas y especializadas en charlas de temas juveniles, experiencias humanas, se encargan de adentrar el espíritu de cambio y renovación en las estudiantes.
Este año fue el turno de la promoción 64, las cuales junto con su dirigente Sor Blanca Ávila, emprendieron el viaje el domingo 1 de julio en la tarde rumbo a Cuenca, con la finalidad de aprovechar el tan anhelado retiro espiritual de su último año de estudio.
Las alumnas vivieron experiencias únicas, en donde pudieron verdaderamente conectarse con ellas mismas, y hacer hincapié en los aspectos que deben mejorar como ser humano, para que con esas acciones puedan ir aportando con un granito de arena a que las personas tengan presente el verdadero sentido de la vida.
En las charlas generales, el padre Marcelo López, con el gran espíritu juvenil que lo caracteriza, fue el encargado de hacer varias técnicas y dinámicas que ayudaron a identificar dentro de cada persona, el verdadero cambio que se debe realizar, enfocando durante estos días las premisas: “No yo, solo tu Señor”; “Antes de hablar asegúrate que sea verdad, necesario y amable”; “La belleza está en los ojos de quien mira, si no la ves, revisa tu corazón” y “Ámate a ti mismo, a los demás y entonces di que amas a Dios”; las cuales fueron la línea de partida durante esta experiencia de encuentro con uno mismo, con Dios y los demás.
Como lo comentaron a viva voz las estudiantes de la promoción sesenta y cuatro, este no solo fue un viaje entre amigas en donde se divirtieron; sino también, una oportunidad para unirse más como curso, apoyarse y hacer una revisión de la vida que se está llevando, pararse al final del camino, detenerse un rato a pensar a donde voy, quien soy y que quiero hacer con mi vida a favor de los demás.
Se complementó esta enseñanza, interactuando directamente con la naturaleza, ya que en el lugar habían ovejas y llamas, además de divertirse escalando montañas, y dando paseos por el río, que sin duda alguna proporcionaron momentos de tranquilidad y reflexión acerca de lo maravilloso que es el mundo que nos rodea, y como debemos cuidarlo y valorarlo.
Fue muy valiosa cada una de las anécdotas compartidas tanto por el padre como por las alumnas, los trabajos hechos a base de arcilla que fueron la representación de la obra más maravillosa de la vida de cada una, los cantos, juegos, lágrimas e historias de vida experimentadas, que fueron en ese sentido los signos más visibles del encuentro con uno mismo.
En pocas palabras, hay momentos en la vida en donde es necesario pararse, hacer surgir un nuevo despertar, renovar el alma y renovar fuerzas, aprender a perdonarse a sí mismo y a los demás, a entender que las adversidades que se nos presentan, nos ayudan a fortalecer nuestro espíritu para ser mejores seres humanos cada día.